Después de la caída del Imperio Romano, Europa entró en un periodo de inestabilidad política, social y cultural. Sin embargo, dentro de los monasterios y abadías, se conservó el saber clásico y cristiano. En este entorno nace un periodo de transición llamado protoescolástica, en el que el pensamiento filosófico vuelve a organizarse lentamente, esta vez con una tendencia más racional y sistemática.

La filosofía ya no es solo defensa, sino también búsqueda del entendimiento. Se inicia el uso del método lógico y argumentativo, aunque todavía con fuertes limitaciones por la escasez de textos clásicos. Los pensadores comienzan a estudiar a Aristóteles a través de traducciones del árabe y del griego, recuperando así un enfoque más sistemático y racional.

Uno de los grandes representantes de este periodo fue San Anselmo de Canterbury, autor del famoso argumento ontológico para demostrar la existencia de Dios. Su lema fue “Fides quaerens intellectum” (la fe que busca entender), reflejando la idea de que la razón puede profundizar en los misterios de la fe.

Este periodo sienta las bases de lo que será la gran escolástica, al integrar elementos de la filosofía clásica con una fuerte inspiración teológica cristiana.