El siglo XIII es considerado el punto más alto de la filosofía cristiana, conocido como el Siglo de Oro de la Escolástica. En esta etapa se logró una grandiosa síntesis entre la fe y la razón, especialmente gracias a la integración del pensamiento aristotélico al cristianismo. Destaca especialmente la figura de Santo Tomás de Aquino (1225–1274), quien en su Suma Teológica sistematizó todo el conocimiento de su época en una poderosa estructura filosófico-teológica. Su pensamiento no se oponía a la razón, sino que afirmaba que esta podía conducirnos a verdades que la fe ya había revelado. A su lado brilló San Alberto Magno, maestro de Tomás y gran conocedor de Aristóteles, quien fomentó su estudio y traducción original. Desde otra perspectiva, San Buenaventura, franciscano influenciado por San Agustín, propuso una vía espiritual y amorosa hacia Dios, desarrollada en su obra Itinerario de la mente hacia Dios, donde la razón y la fe se unen en un recorrido místico. Finalmente, Duns Escoto fue una figura de transición crítica: defendió la voluntad sobre el intelecto, formuló la idea de la «haecceitas» (principio de individualidad) y argumentó a favor de la Inmaculada Concepción con su célebre frase: “Dios pudo, quiso, luego hizo